domingo, 30 de marzo de 2014

La democracia insuficiente - 3

Una nube gris

Una densa y tupida nube gris cubrió por completo los cielos de toda España. Al principio, la sensación general fue de sorpresa, en la idea de que sería algo pasajero. Pero el tiempo pasó y pasó, y la luz no volvía: todo gris, sin relieve, sin brillo. A ello se unió una situación de creciente escasez, de dificultades cada vez más pronunciadas para tener los medios materiales para vivir dignamente. De un modo general, pero sobre todo entre los más humildes. Los que gobiernan tomaron medidas, pero esas medidas se dirigieron a que todos asumieran el coste para que los bancos y los grandes poderes financieros recobraran sus altas cotas de beneficio. A costa de todos. La educación y la cultura públicas fueron empequeñecidas y reconducidas a espacios de reserva controlados, pues se decía que su auténtico impulso y desarrollo tenía que venir de la iniciativa individual. En otras palabras: de aquellos que podían asegurárselo por sus propios medios materiales. A la vez, poco a poco la tierra se fue fragmentando, y la nación, sometida a una intensa fuerza centrífuga, experimentaba demandas de separación de sus partes. Pareció entonces evidente que esa nube gris era el retorno, modificado, una especie de reflujo, a través del túnel del tiempo, de otra densa y tupida nube, en este caso una densísima nube negra que había durado cuatro décadas, tras un terrible estallido de sangre y violencia criminal. Ciertamente, la nube gris de ahora no era, sin más, la nube negra del pasado, la de los oscuros tiempos de aquella ominosa dictadura. En algunas cosas, no hay retorno posible. El gran esfuerzo realizado durante más de tres décadas permitió hacer desaparecer esa nube negra y alcanzar el inicio de la luz. Pero ahora la oscuridad, en este caso gris, había vuelto. Aunque la gente sencilla, con su vitalidad y dinamismo de siempre, resistía, levantaba sus ojos al cielo con la esperanza de observar grietas en la nube. Y comenzaba a andar. Dando pasos para volver a alcanzar la luz.

domingo, 16 de marzo de 2014

8 cuestiones espacialmente extraordinarias, exposición en el edificio de la antigua Tabacalera, Madrid

De los residuos al reciclaje


Es un dato objetivo que en estos momentos los artistas españoles disponen de pocos espacios institucionales disponibles para poder mostrar sus trabajos. Por ello, considero como muy positivo el programa Promoción del Arte puesto en marcha por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte que, abriendo vías de diálogo con algunos museos estatales con colecciones patrimoniales de otro carácter, o utilizando espacios disfuncionales como el de la antigua Tabacalera de Madrid, permite a los artistas de hoy que sus obras lleguen a los públicos, algo absolutamente imprescindible para dar curso a los procesos artísticos.
8 cuestiones espacialmente extraordinarias reúne ocho intervenciones concebidas para un lugar específico: lo que los anglosajones llaman site-specific. Son las propuestas de ocho artistas, cinco hombres y tres mujeres, nacidos entre 1972 y 1980 en distintos lugares de España, excepto en un caso: Hisae Ikenaga, nacida en México. Artistas de nuestro tiempo, con lenguajes expresivos y sensibilidades de nuestro tiempo. Naturalmente, plurales. Pero en los que curiosamente se puede señalar un elemento común: todas las intervenciones se articulan lejos de la materialidad, la rotundidad o la solemnidad, buscando en cambio inscribirse en lo sutil, actuar de forma abierta en diálogo con los públicos. En una línea próxima, por tanto, a lo que Marcel Duchamp caracterizó como infraleve.
Lo que encontramos en los espacios de Tabacalera es un conjunto de instalaciones nada abstrusas ni pretenciosas que dialogan, a la vez, con el edificio y su historia, y con la mirada y la comprensión de los visitantes. La pluralidad expresiva, la mezcla de los más diversos géneros y soportes, salta a la vista de manera inmediata como un rasgo característico que atraviesa el arte de nuestro tiempo: ya no existen géneros "puros", como sucedía en la tradición clásica con el dibujo, la pintura y la escultura. En las ocho instalaciones todos esos soportes se integran en una mezcla expresiva con materiales tecnológicos en una articulación arquitectónica, espacial.

Jacobo Castellano: Señas y cotos.
[Todas las fotografías, Pedro Albornoz].

Con Señas y cotos, Jacobo Castellano bucea en la memoria: recrea la taquilla del cine que regentaba su abuelo con una especie de quiosco de tablas abiertas que encuentras al inicio de la muestra. Pero también fija la atención en fragmentos de zapatos, o en palillos que, muy lejos de su originaria utilización bucal, agigantan su escala convirtiéndose en una escultura constructivista de registros punzantes y abiertos. Es un trabajo de recolección, en el curso del tiempo, de imágenes y objetos cuya forma vuelve, ahora desnuda, gravitando sobre sí misma, ante nuestros ojos.

Jaime de la Jara: Sólidos.

En Sólidos, Jaime de la Jara despliega lo que yo llamaría una poética de la resistencia: un amontonamiento de sacos terreros en una esquina-trinchera, o una mesa y una silla, ambas de madera, situadas frente a frente a bastantes metros del suelo, sobre un soporte cubierto por un gran plástico azul, o también la imagen leve de un humo que fluye, en la pintura o en un vídeo.

Miren Doiz: Trampantojo.

Trampantojo, de Miren Doiz, recupera uno de los procedimientos característicos de la figuración ilusionista para jugar con los restos de pintura de las paredes del edificio abandonado. ¿Qué es lo que ella ha pintado? ¿Qué es lo que queda como resto fragmentario de otros tiempos, como huella de lo que fue...?

Nuria Fuster: Sopladores.

En un espacio de paso, en un largo pasillo, Nuria Fuster propone con Sopladores una imagen de flujo y dinamismo. Dos amplios lienzos de una especie de plástico transparente se cimbrean suavemente, movidos por ventiladores. No es la brisa de los espacios abiertos, naturales, sino el viento que viene del pasado y la imagen que se desdobla y torna borrosa.

Fernando García: Luis Candelas.

Luis Candelas, la intervención de Fernando García, se articula como un juego de luces y sombras, en el que las lámparas de araña se transforman en pantallas de reverberación, construidas artesanalmente con vidrios blancos, verdes y azules, formando entre sí un entramado luminoso que se proyecta en el suelo en una proyección de sombras que es, a la vez, réplica de la luz.

Hisae Ikenaga: En pedazos.

"Me parecía fundamental hablar del lugar, así que decidí interpretar sus restos", dice sobre su instalación En pedazos Hisae Ikenaga. Y lo hace amontonando piedras, montando archivadores desvencijados sobre fardos de papel, o llenando con maderas, trozos de papel y fragmentos diversos los estantes de una especie de armario empotrado. O también alineando cuidadosamente sobre la cubierta superior de dos pequeños ordenadores una serie de pequeños restos óseos, como si fueran fósiles. En todo caso, también aquí, huellas del tiempo.

Guillermo Mora: Una, otra y otra vez a la vez.

Con Una, otra y otra vez a la vez, Guillermo Mora utiliza los espacios existentes, marcos de puertas y accesos, para encajar en ellos superficies que se levantan flotantes a pocos centímetros del suelo. Lo que vemos son nubes de pintura, en las que los colores rosa y verde se levantan dinámicamente sobre sí mismos, una vez más en contraste con las sombras que ellas mismas producen y con las huellas y restos de otros tiempos.

Miguel Ángel Tornero: Algo de vida fotosensible.

Por último, Algo de vida fotosensible, de Miguel Ángel Tornero, es una especie de refugio urbano, en el que las placas fotográficas expuestas en escaparates o tiendas encuentran protección frente a la degradación producida por la luz. Es, también, una especie de invernadero en el que las imágenes, como las plantas, quedan a salvo, a cubierto.
Considero que las ocho propuestas son de una gran calidad e intensidad estética: para mí ésta es una de las exposiciones de arte actual mejor articuladas y de un mayor interés que he visto últimamente. Y quiero subrayar, para terminar, lo que considero fundamental: en todas las instalaciones hay un elemento común, la utilización de residuos que se utilizan en un proceso de reciclaje artístico.
Ese componente hace que veamos en ellas, como en un espejo, el estado de residuo: ruina y abandono, del edificio de Tabacalera. Recorriendo la exposición resulta inevitable tener la experiencia de estar ante una alegoría de la situación actual del arte y la cultura en España. Ese magnífico edificio destinado, desde el momento en que se concedió su uso al entonces Ministerio de Cultura, a convertirse en uno de los equipamientos artísticos más importantes de nuestra nación, en Centro Nacional de las Artes Visuales, y que hoy, en una situación residual, sólo cobra vida a través de estas intervenciones de reciclaje. Alegoría que expresa la sumamente dañina falta de continuidad que han tenido siempre y siguen teniendo los proyectos culturales en España, así como la situación de agresión fiscal, postergación y olvido que estamos viviendo en todos los ámbitos de la educación y la cultura. 


 * 8 cuestiones espacialmente extraordinarias, comisaria: Virginia Torrente; Tabacalera, Madrid, hasta el cuatro de mayo de 2014.

PUBLICADO, en una versión reducida,  EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.131, 15 de marzo de 2014, pp. 22-23.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Exposición en el Centro Pompidou, París

El objeto surrealista


El interés actual por el surrealismo en los grandes museos internacionales no hace sino intensificarse. En París, el Centro Pompidou centra ahora su atención en uno de los territorios más fértiles del universo plástico surrealista: el del objeto. La exposición se despliega a través de más de 200 obras, agrupadas en 12 secciones, que van desde los ready-made de Duchamp y los maniquíes de Giorgio de Chirico, considerados los antecedentes fundamentales del objeto surrealista, hasta las esculturas de Joan Miró en los años sesenta. Entre ellas, las otras secciones se dedican a los objetos de funcionamiento simbólico, a Alberto Giacometti, a Hans Bellmer y su muñeca, a los objetos encontrados, al surrealismo en el exilio, y a la reconstrucción de cinco exposiciones surrealistas, de 1933 a 1959, en las que los objetos tuvieron un papel principal.

André Breton: Objeto con funcionamiento simbólico (1931).

La muestra no se centra sólo, sin embargo, en lo que podríamos llamar el trazado del objeto en el surrealismo "histórico", sino que intenta también mostrar su importancia en el arte posterior con obras de Alina Szapocznikow, Ed Ruscha, Haim Steinbach, Paul McCarthy, Mona Hatoum, Cindy Sherman, Wang Du, Mark Dion y de los artistas franceses Arnaud Labelle-Rojoux, Philippe Mayaux y  Théo Mercier. E incluye también diversos conjuntos de objetos etnográficos (de América y de Oceanía), matemáticos, naturales y encontrados, así como una selección de libros y manuscritos de una intensa impronta objetual.
No cabe duda de que se trata de una importante exposición, con muchos y diversos elementos de gran interés. Lo que personalmente considero más destacable es la forma abierta y sugestiva en que permite apreciar la relevancia de las concepciones surrealistas del objeto en la transformación de la escultura contemporánea. En paralelo a la superación pictórica de un horizonte plástico basado en la reproducción ilusionista, figurativa, de la realidad exterior, la aproximación transgresora y simbólica a los objetos que nos rodean es una de las vías que hacen factible la representación tridimensional del mundo interior. La fantasía adquiere volumen. El flujo entre objeto y escultura es abierto, dinámico.
Hay, sin embargo, algunos matices en la muestra que provocan cierta reserva. Por ejemplo, estando bien concebido y ordenado, el montaje tiende excesivamente a lo espectacular, acaba siendo un tanto solemne, y con ello se problematiza una aproximación más íntima y desnuda a las piezas, que considero fundamental ya que el objeto surrealista es ante todo un dispositivo de resonancias interiores. Habla directamente a nuestra imaginación.

Meret Oppenheim: Mi Gobernanta (1936).
Moderna Museet, Estocolmo.

Más extraño y discutible es que se sitúe el inicio del interés surrealista por el objeto en 1927, fecha de la adhesión de André Breton y otros miembros del grupo al Partido Comunista Francés y a los principios del "materialismo dialéctico". Según Didier Ottinger, con ello "la promoción del objeto" se impondría a los surrealistas como una nueva respuesta que "recusa la llamada a las potencias del sueño y de lo inconsciente". Por un lado, hay ya plasmaciones de la nueva mirada surrealista sobre el objeto desde comienzos de los años veinte, en la etapa dadaísta o pre-surrealista, que daría paso en 1924 a la formación del grupo. Por otro, incluso después de la adhesión surrealista al marxismo y de que el movimiento se pusiera "al servicio de la revolución", lo inconsciente y el sueño siguieron siendo centrales para los surrealistas. Basta con leer, por ejemplo, Los vasos comunicantes, de André Breton, publicado en 1932, para comprender que ese planteamiento no se sostiene.
La exposición recoge bastante bien el papel decisivo de Salvador Dalí en la caracterización de los objetos "de funcionamiento simbólico", situando como ejemplo de los mismos la Bola suspendida (1930-1931), de Alberto Giacometti, presente en la muestra. En un texto publicado en El surrealismo al servicio de la revolución  en diciembre de 1931, Dalí los define así: "Estos objetos, que se prestan a un mínimo de funcionamiento mecánico, se basan en los fantasmas y representaciones susceptibles de ser provocados por la realización de actos inconscientes".

Victor Brauner: Lobo-mesa (1947).
Centro Pompidou, París.

La otra categoría central en la aproximación surrealista al objeto es la de los "objetos encontrados". En El amor loco, que Breton publicó en 1937, sitúa el surgimiento de esa idea en "un bello día de la primavera de 1934" en el que Giacometti y él llegaron paseando hasta un mercado de pulgas. Es así, de un modo fortuito, como se produce el encuentro, el "hallazgo", de esos objetos que, "entre la laxitud de unos y el deseo de otros, van a soñar en la feria de antigüedades".
La asociación simbólica, el eco de lo inconsciente y la reverberación del sueño son los ejes de la concepción surrealista del objeto. Conviene en este punto recordar el libro, lúcido y pionero, que ya en 1953 dedicó Juan Eduardo Cirlot al objeto surrealista, donde podemos leer que en el desencadenamiento de las fuerzas oscuras y reprimidas en las que se funda la emoción surrealista "el objeto actúa como las visiones de los sueños, con pleno poder de liberación, la cual tiene las máximas posibilidades de acción en la medida que su simplicidad y claridad permiten que la cosa objetiva opere sobre el sujeto, imponiéndole el lado estremecedor de su presencia".



* El surrealismo y el objeto, comisario: Didier Ottinger; Centro Pompidou, París, 30 de octubre de 2013 – 3 de marzo de 2014.